Dentro del marketing de las compañías telefónicas primero y entre la gente ahora, el teléfono celular adquirió el aura de un amuleto seguro, de un elemento vital de la vida cotidiana que nos lleva a pensar que, dondequiera que estemos, siempre podremos apelar a él.
La nueva película Celular tiene que ver con el móvil como salvador. En este filme, Kim Basinger interpreta a una mujer que es secuestrada y llevada a un ático donde hay un viejo teléfono de discado manual que su secuestrador destroza con un bate. Afortunadamente, Basinger personifica a una profesora de ciencias y se las ingenia para fabricar un dispositivo de comunicación. Mientras hace intentos, se conecta al azar con el celular de un surfista, interpretado por Chris Evans, que se pasa el resto de la película en contacto con ella.
A pesar de que el surfista debe soportar débiles señales del celular y baterías que se acaban, el celular está destinado a ser el héroe de la obra. Este concepto es llevado tan lejos en la película que hace que uno se plantee algunas preguntas. La sensación de que la seguridad es garantizada por un celular, ¿es ilusión o realidad? ¿Tenerlo hace que la gente esté en mejores o en peores condiciones de enfrentar al mundo? ¿Es un elemento vital de la vida cotidiana o un accesorio más?
No cabe duda de que el acceso instantáneo al teléfono puede salvar vidas. La gente denuncia gracias a él incendios, robos, infartos y accidentes. Los padres controlan a sus hijos y éstos cuando son mayores se mantienen en contacto con sus progenitores ya ancianos. El hecho de saber que uno podrá pedir ayuda siempre, en caso de emergencia, hace que la gente se sienta más segura.
Los celulares, sin embargo, atan más a las personas con otras y últimamente una creciente cantidad de expertos comenzaron a estudiar su lado negativo. El celular nos estaría volviendo menos independientes y menos capaces de resolver solos nuestros problemas, aún cuando las respuestas estén delante de nuestros ojos.
Según Christine Rosen, autora de "Our cellphones, ourselves", un artículo reciente que analiza los efectos sociales del celular, la facilidad de obtener consejo instantáneo alienta a los usuarios de celulares a responder a cualquier incertidumbre, importante o trivial, marcando en lugar de decidiendo. ¿El suéter verde o el azul? ¿Pizza o comida china? ¿El puente o el tunel? ¿Para qué asumir la responsabilidad de tomar una decisión cuando uno puede convocar a una reunión sobre el tema en un minuto?
"Los celulares alimentan una curiosa dependencia -dice Rosen—. El celular erosiona algo que está desapareciendo de la sociedad norteamericana, la confianza en uno mismo."
Rosen ofrece un ejemplo en este sentido: "Me enseñaron cómo cambiar una goma pinchada hasta llegar hasta un garage. ¿Pero quién cambia hoy una goma? Uno se limita a llamar al Automóvil Club."
Para un padre, una llamada al celular de su hijo le da tranquilidad, pero cuando el chico no atiende el teléfono, el padre comienza a pensar lo peor. Esto ilustra de qué manera el celular se ha convertido en una herramienta para manipular las relaciones. Los chicos pueden llegar a usar el celular como coartada tecnológica. Dicen que se quedaron sin batería o que no pudieron ubicarlos porque se encontraban en un lugar en donde no había señal, cuando en realidad lo que ocurrió es que vieron que quien llamaba era mamá, una vez más, y decidieron no atender.
La dualidad protección/ esclavitud del celular es notable, en especial en lugares como los parques nacionales, donde millones de norteamericanos ponen a prueba su temple dentro de un medio salvaje.
Pero esto puede alentar a los visitantes de los parques a hacer cosas más peligrosas de las que harían de otro modo, en la creencia muchas veces falsa de que, en caso de problemas, siempre se podrá pedir ayuda por el celular. No se les ocurre que los guardaparques no son el Automovil Club.
"Tenemos menos confianza que nunca en nosotros mismos —dice Mark Federman, del Programa de Cultura y Tecnología McLuhan de la Universidad de Toronto—. No porque seamos menos independientes sino porque estamos mucho más conectados."
La nueva película Celular tiene que ver con el móvil como salvador. En este filme, Kim Basinger interpreta a una mujer que es secuestrada y llevada a un ático donde hay un viejo teléfono de discado manual que su secuestrador destroza con un bate. Afortunadamente, Basinger personifica a una profesora de ciencias y se las ingenia para fabricar un dispositivo de comunicación. Mientras hace intentos, se conecta al azar con el celular de un surfista, interpretado por Chris Evans, que se pasa el resto de la película en contacto con ella.
A pesar de que el surfista debe soportar débiles señales del celular y baterías que se acaban, el celular está destinado a ser el héroe de la obra. Este concepto es llevado tan lejos en la película que hace que uno se plantee algunas preguntas. La sensación de que la seguridad es garantizada por un celular, ¿es ilusión o realidad? ¿Tenerlo hace que la gente esté en mejores o en peores condiciones de enfrentar al mundo? ¿Es un elemento vital de la vida cotidiana o un accesorio más?
No cabe duda de que el acceso instantáneo al teléfono puede salvar vidas. La gente denuncia gracias a él incendios, robos, infartos y accidentes. Los padres controlan a sus hijos y éstos cuando son mayores se mantienen en contacto con sus progenitores ya ancianos. El hecho de saber que uno podrá pedir ayuda siempre, en caso de emergencia, hace que la gente se sienta más segura.
Los celulares, sin embargo, atan más a las personas con otras y últimamente una creciente cantidad de expertos comenzaron a estudiar su lado negativo. El celular nos estaría volviendo menos independientes y menos capaces de resolver solos nuestros problemas, aún cuando las respuestas estén delante de nuestros ojos.
Según Christine Rosen, autora de "Our cellphones, ourselves", un artículo reciente que analiza los efectos sociales del celular, la facilidad de obtener consejo instantáneo alienta a los usuarios de celulares a responder a cualquier incertidumbre, importante o trivial, marcando en lugar de decidiendo. ¿El suéter verde o el azul? ¿Pizza o comida china? ¿El puente o el tunel? ¿Para qué asumir la responsabilidad de tomar una decisión cuando uno puede convocar a una reunión sobre el tema en un minuto?
"Los celulares alimentan una curiosa dependencia -dice Rosen—. El celular erosiona algo que está desapareciendo de la sociedad norteamericana, la confianza en uno mismo."
Rosen ofrece un ejemplo en este sentido: "Me enseñaron cómo cambiar una goma pinchada hasta llegar hasta un garage. ¿Pero quién cambia hoy una goma? Uno se limita a llamar al Automóvil Club."
Para un padre, una llamada al celular de su hijo le da tranquilidad, pero cuando el chico no atiende el teléfono, el padre comienza a pensar lo peor. Esto ilustra de qué manera el celular se ha convertido en una herramienta para manipular las relaciones. Los chicos pueden llegar a usar el celular como coartada tecnológica. Dicen que se quedaron sin batería o que no pudieron ubicarlos porque se encontraban en un lugar en donde no había señal, cuando en realidad lo que ocurrió es que vieron que quien llamaba era mamá, una vez más, y decidieron no atender.
La dualidad protección/ esclavitud del celular es notable, en especial en lugares como los parques nacionales, donde millones de norteamericanos ponen a prueba su temple dentro de un medio salvaje.
Pero esto puede alentar a los visitantes de los parques a hacer cosas más peligrosas de las que harían de otro modo, en la creencia muchas veces falsa de que, en caso de problemas, siempre se podrá pedir ayuda por el celular. No se les ocurre que los guardaparques no son el Automovil Club.
"Tenemos menos confianza que nunca en nosotros mismos —dice Mark Federman, del Programa de Cultura y Tecnología McLuhan de la Universidad de Toronto—. No porque seamos menos independientes sino porque estamos mucho más conectados."
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